Camino por una calle de Bangkok, barrio chino, con todo lo
que eso significa, olor a carne seca mezclado con vaho de alcantarilla mezclado
con polvo de curry mezclado con sol de 40 grados de calor que calienta el
asfalto y le saca el oxígeno del aire, así, todojunto. La feria se despliega a
lo largo de la calle y los números vuelan en todas direcciones. Equipos de
música, cascos, una funda para el volante del taxi, fideos secos, un carburador
para jeep willys modelo 68 (caja larga), un masajeador de pies, percheros para
escobillones, escobillones, estrellitas ninja, una mezcladora de cemento, y…
ahí, ahí lo vi, emergiendo erguidamente de las profundidades del mostrador como
una especie de dios rosado y venoso, ahí, al aire libre, en la calle, bajo el
ojo protector de un Tailandés con menos pulgas que María Antonieta, ahí estaba
esperando a ser comprado en la feria urbana, un pene de goma.
La estupefacción del momento, de verte ahí, tan libre y
desnudo, se fue transformando en un sentimiento de felicidad, porque por más
que digan que sos nuestro peor enemigo, te tengo un poco de compasión y aprecio,
por la injusticia con que normalmente se te trata. Me reconforta saber que en
algún lugar del mundo se te respete y se te trate con igualdad frente a los
demás electrodomésticos, y que no te condenen al destino innoble de la vidriera
espejada o del fondo del cajón de la ropa de invierno.
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