Ahora que el invierno
ha llegado, y con su blanco manto ha tapado la hierba y las semillas, solo las
flores marchitas emergen de la tierra, y como un ejército de cadáveres secos
cantan al viento su suerte, que es la misma que la mía.
Los días y las noches
son mezclados, grises y silenciosos, pues el viento se lleva las palabras que han
nacido despojadas de todo plumaje y que ya no pueden refugiarse en los recovecos de tu cuello ni
acurrucarse al amparo de tu pelo.
Y yo te espero como
esperan aquellas flores a la primavera, para
bañarme en gotitas de agua fresca, para sentir el calor de tus rayos descongelándome
la sangre y haciendo fluir nuevamente la savia vital, para que vuelva el color
y el aroma, para que el viento brisa, para que el cementerio se vuelva Jardín, una vez más.
Los gorrioncitos
volverán en las mañanas a bañarse en mis charcos de agua, volverán a pisar mi
tierra mojada, yo tendré agua y azúcar para ofrecerles, a cambio, ellos
cantarán su suerte, que será la misma que la mía.
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