La flecha me ha
alcanzado.
La he visto alzarse en
su vuelo desde muy lejos y descender sobre mi cuerpo malherido, atravesando el
viento con la solidez de la roca,
decidida en su objetivo, no ha dudado un instante el lugar de su incisión.
Siento ahora, el
helado sabor de su mordida.
He de sangrar por mi
herida y con esa sangre purificar el karma que me impide diferenciar el dulzor
de la cicuta.
Es la sangre la que,
en formas de lágrimas, lavará las formas adultas y acabadas y regará la
inocencia y la pureza.
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