Hoy salí a andar en bicicleta, me comí un pozo, y se saltó
la cadena. La bici, típica del año 1920, poseía una hermosa coraza de chapa
alrededor de todo el sistema de transmisión, lo que quedaba muy bonito, pero
hacía imposible todo tipo de acceso a la cadena y piñones.
Intenté con un palito, buscando acomodar la cadena a travez
de los pequeños agujeritos que habían dejado los tornillos que se habían ido,
pero el palito se partió. Intenté con una cucharita que encontré en la calle, pero
era demasiado grande para introducirse por la ranura de la carcaza mal armada.
Nada daba resultado, ya me había lastimado los dedos y los rayos de Febo ya iluminaban
mi histórico marote.
Me frustré, me frustré y patié, y con la patada a la bici
saltó la tapa de la coraza protectora y pude colocar la cadena nuevamente. Fue
entonces quela luz descendió sobre mí y aclaró mi entendimiento (diría Fierro).
La patada, siempre
bastardeada y mirada con malos ojos por ser signo de desmesura, enojo, ira y pérdida
de control mostró su verdadera cara. Si eliminamos todo nexo con los estados de
ánimo y los pecados capitales la patada se presenta como herramienta multiuso
de gran aplicabilidad, y lo que es más importante, que está siempre disponible,
no hay que andarla llevando en pesadas cajas de herramientas.
Es cierto que el instrumento
adecuado para una tarea específica es mucho más efectivo, pero en esas
situaciones, quiero decir, en esas situaciones cuasi ideales donde se controlan
todas las variables ¿quién necesita ayuda?
Quizás sea poco precisa y con resultados fuera de lo esperado,
pero eso se debe a su gran campo de acción, por ejemplo la cadena de la bici, por
ejemplo destrabar la rueda del changuito del supermercado que apunta para
cualquier lado y me hace chocar las góndolas, por ejemplo encarrilar la puerta
del placard que me hace hacer una fuerza terrible sobre una manijita diminuta y
me da la sensación de que me voy a arrancar todas las primeras falanges de los
dedos.
Sin hablar de que también sirve para ganar millones de euros
colocándola al ángulo, o para que esa piedrita no se quede atrás y podamos
contarle lo que queramos mientras caminamos.
Los elogios antedichos no son aplicables al manotazo, acción
torpe que solo sirve para sintonizar la tele en un día de lluvia.
Ilustra esta reflexión: Chuck Norris.
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