miércoles, 20 de marzo de 2013

Bruma. Despertar.

 



Así la vida entre el arrebato de los mercados polvorientos; de aire amalgamado por especias y pescado, cebo e incienso, grasa rancia y perfumes de rosas; cabras sudorosas por sol o por cuchillo, gallinas revoloteando y corriendo (algunas con cabeza), palomas esperando un momento de la distracción del mercader para lanzarse sobre las montañas de  semillas de lino; me enajenó.
Así el alboroto me enajenó.
Fue culpa del círculo, esa forma geométrica diabólica que es la respuesta más pura a la cuestión más intrínseca del universo. Verme ahí, atrapado para siempre, abatido por la infinidad, hastiado por la monotonía, corriendo siempre tras la esperanza, tras la hechizante e incansable esperanza que perversamente sigue la misma trayectoria, me generó vértigo y náuseas en las tripas.
El camino trazado era suave y promisorio.  Estaba escrito en un libro sagrado que nadie había leído, cuestión menor, eran cosas que se sabían. Era lo que tenía que hacer, era la vida, sin cuestión ni duda.
Pero yo he conocido a las verdades absolutas y su peligro. Yo he visto como ese monstruo se sentaba en tronos de oro con la sangre hasta las rodillas. He visto como embaucaba almas y pulverizaba razones, como se le reía en la cara a Dios, como le ajustaba las cadenas al cuello y lo arrastraba por el barro. Entonces ya no pude dejarme caer, mi propio amor me lo impedía.
Y me detuve. Por un momento sentí que el mundo, rebosante de inercia, me pasaría por encima y me destrozaría todos los huesos.

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