Las vacas son sagradas en la
India, y ahí están, por todos los sitios, una camina por la autopista, otra se
rasca en una moto estacionada, otra compra puchos en un kiosco.
La ciudad, en la zona de la
costanera, es una maraña de callejoncitos muy estrechos por los que andan las
personas, bicis, motos, vacas, toros y cabras. Si llueve el piso se pone de lo
más resfalopatinoso, por la bosta vió (en realidad es algo entre bosta y
mierda, ya que las vacas se alimentan de lo que encuentran por ahí, en la
basura). El centro de la ciudad, la ciudad toda, huele a corral.
Con el Brandon, un estadounidense con el que viajamos como 10 dias.
Por esos callejoncitos volvía
caminando una noche, esquivando las vacas, patinando entre la bosta e
intentando encontrar el camino de vuelta, tarea no sencilla cuando han cerrado
todos los negocios y no se ven más que persianas cerradas inigualablemente
iguales. Por suerte reconocí a los vecinitos del hostel, unos chiquitos que
viven con su mamá en una piecita de no más de 3x3, los vi porque a la noche no
entran todos en la piecita y la mujer saca una cama de caño a la calle. Los 3
mas chiquitos se despatarran en la cama, la mamá los abanica, en plena
oscuridad.
Varanasi es una ciudad sagrada
para los indios, uno de los lugares donde pasa el rio Ganges, el mejor lugar
para morir, morir aquí significa librarse de la eterna rueda de la reencarnación
y liberar el alma. Bañarse en sus aguas (hechas con los cabellos de dios Shiva)
los purifica. Hay en la ciudad, a la vera del rio, unos edificios inmensos que
sirven a los peregrinos que llegan hasta aquí desde todo el país a dejar la
vida o a bañarse. Algunos de esos edificios son moritorios, es decir, lugares
en los que se espera a la muerte. Debajo están los crematorios. Todos los días,
en las costas del rio, se hacen distintos fuegos que queman los cuerpos recién abandonados,
las cenizas después son echadas al agua. Solo algunas personas no son quemadas
–mujeres embarazadas, hombres sagrados, vitíligos…- y sus cuerpos son arrojados al agua asinomá.
Un muchacho, parado en la vera
del rio, cuida un fuego. Tiene un tizón de caña de bamboo de no menos de tres
metros de largo, que le permite trabajar alejado del intenso calor. El tipo
camina unos pasos, clava el tizón de bamboo entre los leños y hace palanca, los
troncos se mueven y del infierno de las llamas emerge una especie de muñeco de
carbón un poco despeinado, se le distinguen los hombros y la cabeza. El
muchacho, como todo buen fueguista, se da cuenta de antemano que la leña no le
va a alcanzar para completar la tarea y toma cartas en el asunto dándole de
fuertes bambootazos en la cabeza al muñeco de carbón. El muñeco resiste. El
sonido es… algo entre seco y amortiguado, como cuando se golpea una cabeza quemada
que guarda en su interior un cerebro que, ya a ese nivel de la
incineración, se encuentra en estado
líquido y se sacude con fuerza a cada golpe de tizón como un océano de grasa
dentro de la cavidad ósea del cráneo.
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